dimecres, 28 de novembre del 2007

MARZO, PISCIS…




Al despuntar el día
Los cuerpos,
Adormilados en sus lechos,
Navegan,
Hasta alcanzar
La orilla de los sueños.
La noche se alejó
Despacio, despacio;
Ocultando tras el horizonte
El rumor de las caricias
Y los besos
Que el tiempo dejó
En el recuerdo,
…Olvidados
De blanco satén,
Sobre las nubes de marzo,
Viaja Piscis
Deprisa, deprisa;
Buscando
el rumor del mar
entre los labios sedientos,
… atrapado.




Mary Carmen
3 de marzo 2007.

dimarts, 27 de novembre del 2007

FARELL DEL MEU DESIG





Company, farell del meu desig
Arc de llum que tot ho envolta,
Lluny de tu, melangia del sentits
A prop embruix sublim.
Ressegueixo el teu cos amb dits ardents
M’omplo de tu assossegant la meva set
Sobre la catifa de fulles daurades
Arbre de llum, foc creixent
Que els sentits amoixen,
Instant fecund, unió d’ànimes
Esclat dels sentits que ens uneixen
Vida donada en cada bes.


Carme Marquès

HORA CREPUSCULAR





En la hora del crepúsculo

la calma invade la mirada.

Soy testigo y serlo

requiere siempre distancia.

Observo, pues, desde la distancia

que lo abarca todo,

las pasiones ya no perturban mi albedrío.

Soy clarividente porque

ya no vivo sumergida

en la nebulosa de mis sueños.

La calma invade la mirada del testigo.


Soy libre al fin.
Carme Martin

SONET A L'AMIC AMAT
























Amic, amat, amb goig també voldria
jeure, xamosa i somrient, al teu costat
damunt la gespa blana, un daurat dia,
sota un frondós arbre, de rosa aponcellat.



I que, del meu cavaller, la lleial testa,
en ma púdica i gentil falda reclinada,
a l'oreig de lliris, violetes i ginesta,
servés la pau de cos i ànima somniada.


Cavaller meu, brau heroi i paladí
reposem un instant damunt l'herba gemada
que, aviat, ben dirligents, nostre camí
rependrem a la rosaba albada
i, dels déus, present preciós i fi,
nostre esmorzar deliciós, és la rosada.



Montserrat Fortuny

EL DOLOR




Se parece el dolor un gran espacio
recordar no podría
cuándo empezó;
si hubo sin el un solo dia. (Emili Dickinson
)


Se parece a un interminable cardumen
extendiéndose por el océano infinito.
Como cielo oscurecido
por negras nubes apretadas:
todo lo abarca, todo lo cubre.


La tristeza, su expresión.


Se vislumbra una luz,
que apenas capta
quien con ahínco la busca.
Da infalibles balbuceos,
tiernos en su devenir.
Abriéndose paso
en la adversa inmensidad,
resquebraja el cielo para crecer,
fortificándose en su pugna por ser.


La esperanza, su expresión.


Un arco iris brilla
con ignota intensidad;
alcanza su máximo esplendor
para difuminarse i desaparecer
ante la fuerte luminosidad.
Trastoca en oro la luz que,
serena y confiada,
triunfante se erige
reina del firmamento.


La alegría, su expresión.


Dolores Marín

EL EFECTO INVERNADERO



Los árboles alargaban sus ramas hacia el infinito en claro gesto su súplica.
La tierra ardía roja de cólera por el comportamiento humano.
Las plantas lloraban ante la imposibilidad de que sus simientes crecieran y dieran vida a hermosas y reconfortantes flores.
Los ríos morían lentamente y se convertían en lenguas blanquecinas y sedientas .
Las fuentes morían de inanición.
Los campos y los bosques se resquebrajaban y cualquier pequeña chispa de fuego podía convertirlos en un infierno ambulante.
En medio planeta no llovía y el otro medio se inundaba.
Los hielos se derretían y los mares inundaban las costas de muchas ciudades.
Los desiertos avanzaban y millones de personas tuvieron que emigrar a otras tierras, el hambre terminó con la vida de millones de ellos.
Mientras, algunos humanos sedientos de poder y ciegos por convicción, seguían llenando l’atmósfera de gases invernadero.
La cuentas corrientes de algunos se llenaban más y más, pero su ansia de poseer no decrecía.
Otros se mostraban indiferentes ante el desastre argumentando que lo que pasaba no iba con ellos.
Finalmente el resto de la población, inconsciente o no sufría directamente los inconvenientes autocráticos del sistema.
Solo unos pocos comprendieron el alcance de la tragedia y luchaban por abrir las mentes de los inconscientes y los ojos de los ciegos y eran tachados de locos.



Llegó el día en que toda la humanidad se peleaba no ya por poseer petróleo, que ya se había acabado, sino por conseguir agua,
Se iniciaron cruentas guerras que llevaron al planeta a la extinción.
Pasó un millón de años y nubes nuevas derramaron su maná sobre la tierra sedienta, las plantas dieron de nuevo flores y frutos.
Los ríos llenaron sus cauces y nuevos peces nadaron alegremente por sus aguas llenando de vida el lugar y el ciclo se inicio de nuevo.


De pronto llegó al lugar un animal que se sostenía con dos patas y el resto de animales huyó despavorido ante la temida imagen.


Carme Martín

dijous, 22 de novembre del 2007

EL TELÉFONO MÓVIL


Estarán conmigo que el móvil es un aparato revolucionario, que ha revolucionado la vida, ya de por sí revolucionada, que últimamente nos ha tocado vivir.

Hace unos días iba yo de compras y, como no, llevaba bien apretadito bajo mi hombro el bolso marrón que mi marido me había regalado hacía 15 años. Creo recordar que fue el último regalo que me hizo, así que suelo llevarlo casi a diario a ver si a fuer de exhibir su gastado cuerpo, se da cuenta de lo tacaño que es. Pero nada, cada vez que me ve con ese pingajo, me dice: Menudo bolso te regalé, eh, guapa. Y se va tan ufano, dejándome con tantos insultos pululando por el espacio que no se como no se nubla el sol.

Pero el otro día me sorprendió: Mira guapa, me dijo, qué regalo te traigo. Y sin más me alargó un teléfono móvil de color verde loro. Al verlo, casi me desmayo del susto. Para mí que disfruta mortificándome. Odio estos cacharros. Odio estar al corriente de la vida de todo quisqui que se sienta a mi lado en el metro o en el autobús, en la consulta del dentista, del ginecólogo, de la última cursa de patinaje, en la peluquería, en la cola de la panadería, en la de la carnicería, la pescadería, la mercería, y todos los establecimientos, públicos y privados acabados en a, e, i, o, u, n y s.

Todos los días antes de salir mi marido me interroga ¿te llevas el móvil?, y yo asiento, resignada, harta de olvidármelo en los lugares más peregrinos y con la esperanza de deshacerme del infernal aparato. Pero, no sé como, siempre hay alguien que me lo advierte: Señora, se ha olvidado su móvil. Señora, es suyo ese teléfono?. Nadie, absolutamente nadie, quiere semejante monstruosidad verde loro y en aras al buen gusto lo oculto avergonzada en el interior de mi viejo bolso.

Recuerdo que era la Primavera del 2004. El día era luminoso y por fin había podido escaparme de las paredes aburridas de mi casa. Me senté en un banco y me dispuse a disfrutar del momento. Me gusta la soledad de un paseo abarrotado de gente. Estaba tan tranquila cuando de pronto comenzó ese sonido infernal, señal evidente de que el móvil estaba cobrando vida. Lo miré aterrorizada. Estaba vivo. Intenté ahogarlo con mis manos, pero seguía gritando como un poseso. Lo descolgué, le seguiría la corriente, tal vez así lograba que me dejara en paz:

- Si, dígame? –dije-, mientras desde ese cuerpo verde y frío me llegaba una voz cavernosa:

- Oiga, hablo con casadas aburridas?.

Mi primera intención fue lanzar el móvil a la alcantarilla, pero, me sorprendí contestando:

- Si, aquí casadas aburridas para servirle.

- Verá, guapa, me gustaría pasar a verla y estar un rato con usted. ¿Puede darme hora para esta tarde?. Me gustaría ver a Mabel, esa negrita impresionante, que me atendió hace dos días.

Os juro que en aquel momento algo de esa voz, de esa forma de hablar, me resultó familiar.

- Mabel?. No se yo si podrá estar aquí esta tarde, ayer se marchó un ratito a Marte y, que caray, no hay muchos vuelos los jueves, primeros de mes. (A duras penas pude contener la risa mientras le hablaba. Estaba claro que me lo estaba pasando en grande riéndome del incauto, que a todas luces se había equivocado al marcar el número de teléfono. Esperé oír un clic enfurecido. Pero no fue así:

- Oiga, guapa, si no puede ser, no puede ser, comprendo que le sea difícil venir desde Marte. Me conformo con cualquier joven, qué me dice, hay alguna de aspecto exótico?.

- Exótico, lo que se dice exótico, ahora que lo pienso ...

De nuevo aquella sensación, aquel malestar, que atribuí a la estúpida voz que se empecinaba en que le diera una cita, con una mujer, presuntamente casada, aburrida y negra, que regresaba de Marte, a las 11 de la mañana, de un jueves. Pero, es qué los hombres no están a estas horas trabajando duramente en una oficina, o donde sea?. Al menos eso dice mi marido, en cuanto llega a casa:

- Menudo día he tenido de trabajo. Eh, guapa, ponme la cena que estoy agotado. Luego, ya en el sillón frente a la TV, se queda dormido. Yo lo miro, aburrida, desde hace 30 años casada con ese hombre que ronca a mi lado y al que dejo en la soledad de la sala mientras me voy a la cama.

- Señora, está usted ahí? –

- Si, estaba pensando que tal vez le gustaría tener una relación con una mujer muy, muy casada, muy, pero que muy aburrida, y tan exótica que odia los teléfonos móviles. Le puedo asegurar que no le defraudaría. Es una mujer hambrienta de caricias, sobrada de tiempo y deseosa de experimentar a qué sabe un buen polvo a las 12 de la mañana. (A estas alturas, yo ya estaba dispuesta a todo. Sólo faltaba concretar el lugar).

- De acuerdo, guapa, (de nuevo esa sensación), suena interesante tu proposición ¿que te parece si nos vemos dentro de 10 minutos frente al Hotel Astoria?

Me levanté del banco bruscamente. Tenía una cita. Con las prisas se me cayó el bolso al suelo y casi me caigo. Solté una maldición.

- Oye, guapa, te pasa algo?.

- O no, simplemente que con las prisas para encontrarme contigo, se me ha caído el bolso y se me ha roto. Es un viejo bolso de piel marrón y anticuado que mi marido me regaló hace años, sabes?.

El click me llegó sin previo aviso. Tardé unos segundos en darme cuenta de que me había colgado el teléfono, el muy desgraciado.

El aparato yacía entre mis manos callado. Lo deposité con cuidado sobre el asfalto. Su cuerpo pequeño y verde, casi me dio lástima. Avancé hasta él despacio y dándole una fuerte patada lo mandé hasta Marte volando. Al final si que habría los jueves un viaje a Marte.


M. Carmen Briones
-

dimecres, 21 de novembre del 2007

SORPRESA!!!




El agua estaba calentita. Estaba de ese azul cristalino maravilloso, salpicado de plata, aunque la arena del fondo parecía oro; los rayos solares, en su marcha, imprimían destellos como si de piedras preciosas se tratara. El agua gemía al atropellarse por alcanzar las rocas y junto al bullicio de gaviotas, auguraba tierra cercana. Escudriñé el contorno hasta ver la extensa franja y sus escasas palmeras: destino que colmaba mis ansias.


Mientras esta contemplación iluminaba mis ideas, el sol empezó a opacarse hasta desaparecer y una lluvia, parca al principio y creciente por momentos, todo lo cubrió dándome tiempo apenas para reaccionar frente a los fuertes vientos, que acechaban la barca como blanco perfecto. Mi imprudencia por acercarme a las rocas me ponía a prueba contra la naturaleza, debía concretar esfuerzos para vencerla. Remaba sin cesar buscando contrarrestar la fuerza, que irremediable me conducía hacia aquella masa pétrea.


“¡Iba a vencer! ¡Vencer!” Un único pensamiento ejercía de guía frente a la borrasca. Débil timón quijotesco, sucumbiría ante el primer golpetazo para sentir el desgarro de las tablas como en carne propia y reaccionar: asirme a un extremo saliente, aferrándome a él para arrancarme de la barca que ya no era. Conseguirlo no fue fácil, sino con el empeño por no perecer ante aquella insólita situación. Me agarré a la punta y ayudada por el tanteo de mis pies sobre la superficie, logré resguardarme en un hueco al abrigo de la intemperie.


Como pasaba en el trópico, pronto escampó y ahora, a salvo, surgía otro contratiempo: alcanzar la playa antes del anochecer. Un puñado de tablas a mi alrededor conformaban la imagen de la desolación y, sin titubear, me lancé hacia la costa, con más anhelo que energía. “¡Vencer! ¡Vencer!”, sólo eso gobernaba mi mente.


El bracear se enlentecía pero renunciar al ejercicio era estar a expensas de la corriente. “¡Vencer! ¡Vencer!” regía mi voluntad. Ya distinguía la arena solitaria, ya llegaban mis pies al fondo, ya daba mis primeros pasos hacia lo seco, ya... caí extenuada sin ayuda alguna.


Súbito, el mar se embraveció y al salpicarme, asimilé qué fácil había sido, ante aquella fantástica armonía, evocar lo nunca visto, siempre leído en largos ocios veraniegos. Otros niños avanzaban, chapoteando, en busca de --quién sabe-- qué otra aventura.


Dolores Marín

dimarts, 20 de novembre del 2007

TRES...




Tres días no son toda una vida aunque a veces lo parezcan.

Tres noches no son la eternidad aunque a ratos así lo pre-siento.

Tres guiños seductores no son un: ¡Sígueme!

Pero vi en tus ojos una declaración de intenciones.

Tres mails no son un testamento aunque a veces entre líneas me acercas un t’estim.

Tres promesas no son los pilares del AMOR aunque tu voz (cuando suena) rompe todos los diques.

Tres miradas no son el apogeo lunar aunque a veces me encanta tu miopía.

Tres excusas no son el final del mundo aunque hay frases que cortan el aliento.

Tres besos no son un compromiso en firme aunque ¿sabes? me gustaría que me besaras.

Calladamente te acercas con un tres como amuleto crees en los tríos me aseguras enarbolas la bandera tricolor de la duda cuentas con los dedos, sólo con tres: Tú, yo y el desasosiego. Trenzas y destrenzas cual Penélope las razones que te mantienen en esa incertidumbre.

Tres ojos para observar la vida
aunque en realidad -siempre te lo dije- la muerte es tan sólo una.

Soy testimonio mudo de tu existencia tridimensional
callada y cotidianamente te voy queriendo.
Consol Sánchez

L'HOME SENSE BRAÇOS


Un home sense braços va trucar a la porta del meu pis a la fi de vendre’m una foto de casa meva, de la que havia estat la meva casa d’estiueig durant molts anys.

La duia penjada del coll dins d’una bossa de plàstic transparent curosament agafada amb un d’aquests cordons de colors que aguanten moltes ulleres.

La foto reproduïa la casa tal com havia estat sempre però totalment folrada d’una heura que jo havia plantat el mateix any que va morir el meu fill i que jo no vaig tenir temps de veure desenvolupar-se en tota la seva plenitud.

Ara les seves parets s’amagaven púdicament sota una catifa verda que solament deixava a la vista les finestres que semblaven ferides blanques sobre un fons verd.

Sorpresa pel que veien els meus ulls, vaig fer entrar al meu pis a l’home sense braços tot preguntant-li qui era i que volia de mi.

Em va respondre que el seu nom era el de menys i després d’agrair-me que el volgués atendre em va explicar que la seva pretensió, en realitat, no era la de vendre’m la foto de la casa en qüestió, però que com no sabia com presentar-se sense que em malfiés, va optar per aquesta sortida.

Em va explicar que ell no tenia braços de naixement, donat que quan estava embarassada a la seva mare els metges li havien receptat unes medecines que eren la causa de la seva malformació.

Va créixer, em va explicar, amb la mirada trista de qui es veu diferent i els seus pares que volien el millor per al seu fill, havien optat per comprar una casa amb jardí ales afores de la ciutat, on poguessin tenir animals de companyia a la fi de procurar que fos el més feliç possible.

Cada cop més encuriosida, li vaig oferir de prendre alguna cosa, però adonant-me del que significava el que havia dit, vaig demanar-li excuses donat que vaig pensar que sense mans, malament es podia beure el que jo li oferia.

Ell acostumat com estava a les reaccions de la gent va respondre que no em preocupés que acceptaria molt gustosament un té sempre que li oferís amb una canyeta per poder-se’l beure.

Un cop amb el té davant nostre va prosseguir amb el seu discurs explicant el motiu de la seva visita.

La veritat és que la volia conèixer - va dir-me - i donar les gràcies ja que havia estat la seva casa havia trobar la pau interior i la felicitat de gaudir del que la vida li atorgava. La casa desprenia i desprèn amor, va dir, i es va sentir tan ben acollit quan hi va anar a viure que es va sentir renéixer.

Mai no s’havia sentit sol allà donat que on no arribava ell ho feia el seu amic invisible, un esperit burleta i divertit que tenia el seu cau entre les seves parets.

La meva cara va reflectir tal perplexitat que l’home sense braços, es va posar a riure tot dient – No penseu que estic boig, el meu amic l’esperit burleta, em va explicar que en vida havia habitat en la que ara era casa meva i que va ser la seva mare qui havia vestit d’alegria i amor i s’hi sentia tant bé que quan va partir a d’altres estadis de vida, mai no va anar-se’n del tot i una part d’ell va escollir quedar-s’hi.

De cop, tota emoció que un ésser humà és capaç de sentir, li va humitejar el cor i dues llàgrimes calentes li van relliscar cara avall, lliures com el vent. Com tota persona que careix d’un dels seus cinc sentits, aquest cop el tacte, se li havien desenvolupat d’altres capacitats que els humans comuns tant distrets en el brogit de les nostres vides, ni somniàvem, la de connectar amb aquelles persones que alguna vegada havien compartit la vida amb nosaltres.

Quan vaig anar a donar-li les gràcies per les seves paraules, el meu visitant ja s’havia aixecat de la cadira i em deia adéu des de la porta del carrer que amb la sorpresa de la seva arribada, havia quedat oberta.


Carme Martín

INVIERNO EN BARCELONA




En estos días en los cuales el frío del Invierno comienza a instalarse en el borde de la ventana y empuja obstinado para hacerse un sitio entre los pliegues de mi cama, despliego, ante los ojos atónitos del viento, que pugna por invadirme, el recuerdo de días soleados grabados en la retina de mis ojos y en mi cuerpo abandonado, entregado, a las caricias del mar del último verano. Pobre piel encerrada, ayer miel y canela entre sus brazos, hoy frío mármol nacarado entre cuatro paredes solitaria.

Abandono el calor de mi casa y a regañadientes me apresuro a volcarme, a derramarme entre las calles barceloninas, que, sorprendidas con mi presencia, acogen entre sus frías piedras modernistas el paso alado de mis pies. Una cariátide me mira veladamente envuelta en una enorme bufanda de lana y un lujurioso fauno, oculto tras el follaje pétreo de un alero, cubre su desnudez en unos boxes negros de Antonio Miró, impúdica malla que apenas cubre un esquivo sexo húmedo de lluvia y de celos.

Mis pasos, apenas hostiles, casi sumisos al mojado suelo de las empedradas calles, se adentran hasta el corazón del invierno, intrincado órgano forjado, amalgamado entre cemento y hierro. Vigilo mis movimientos para no traspasar con mi aliento el frágil equilibro del tapiz de hielo que adorna el paisaje por el que me muevo.

La desnudez franciscana de algunos árboles me conmueve. Acerco mis enguantados dedos hasta su harapiento cuerpo dispuesta a compartir con ellos la calidez de mi pecho. Alguno suspira y siento un leve gorgoteo, savia invernada, sangre cautiva en las venas de sus bellas ramas hoy carentes de abalorios y joyas, que responde al calor de mi presencia, reverdeciendo sus brotes más tiernos. Mañana, cuando esté fuera el Invierno y el sol los saque de su letargo veré florecer la jacarandá y verdecer al platanero, todo me habrá parecido una fantasía, un sueño.

Las aceras vigilan el paso sinuoso de la serpiente gris que, avanzando por las manzanas de Cerdá, se arrastra por las calles solitarias devorando su suelo. Silenciosa, repta por las montañas y se aleja hasta perderse en el silencio de la noche. Tras las sombras, agazapadas se ocultan las almas perdidas y las bestias que se alimentan de sangre y carroña .

Busco el haz de luz de las farolas y voy siguiendo su destello; el frío hace de la ciudad un refulgente desierto.

Regreso a casa humedecido el cabello y dejando a mi paso nubes de vaho que envuelven a la ciudad en un manto acuoso e irreal. Voy tragándome los semáforos como Polifemo, sin piedad; dejando esqueletos relucientes aparcados en las orillas no habitadas de la Vía Láctea.

Pero no, no nos quejemos. Hoy es martes 8 de febrero, estoy en Barcelona y es invierno. Tras el misterio de la noche dejo al sol penetrar por la ventana. En mi terraza, observo, florecen las prímulas y los rododendros.


M. C. Briones

DESEMBRE







LA CIGÜEÑA




Esta noche no podré dormir.

Al amanecer, abandonaremos estas tierras y nos trasladaremos a nuestro verdadero hogar, ha dicho mamá.

Estoy nerviosa. Es mi primer viaje largo. Los más pequeños hemos tenido que entrenarnos duramente para este momento. Algunos de mis primos mayores han explicado sus experiencias: dicen que es una aventura peligrosa. Hablan de gigantes de hielo, de flores carnívoras de hierro y de océanos de cemento. También explican historias de mares azules eternos; de campos de dorados de trigo y de bosques donde anidan los dragones.

Desde hace unos días no hay quien pare en casa . Apenas he podido jugar un ratito con mis amigas. Todas tenemos que ayudar en la casa. Los preparativos para la marcha me parecen muy aburridos. A veces, cuando todos están muy ocupados intento escaparme, pero enseguida notan mi ausencia y mandan a mi hermana mayor, Sinting, a buscarme.

Supongo que en algún momento de la noche me venció el sueño. Mamá me ha dado un grito para que me levantara. Yo quería seguir durmiendo pero me ha obligado a vestirme, lavarme la cara varias veces y después de desayunar rápidamente me ha colocado el gorro de lana y anudado la bufanda sobre el cuello.

Hemos salido de casa corriendo después de cerrar con llave la puerta de entrada pues ya no volveremos a ella hasta el próximo invierno.

Cargados con nuestro equipaje hemos ido al lugar desde donde iniciaremos nuestro viaje. Mis padres se han reunidos con nuestros familiares más cercanos, yo he podido ver a mis amigas y primos. Todos con sus bufandas y gorros de lana desde lejos parecen pingüinos. Algunos me saludan riendo. Deben de estar tan emocionados como yo.

En cuanto el sol se despertó y los primeros rayos se dirigían a su cotidiano trabajo se dio la orden de partir y entonces todos juntos iniciamos el vuelo.

Que emocionante fue todo. A la cabeza iba la escuadrilla de los más veteranos. Mi padre y mi hermano Tuy eran comandantes de la misma e iban vigilando con sus subalternos el espacio aéreo. Yo iba con mamá en el centro de la bandada. Detrás de nosotras venían unos extraños pájaros que no paraban de hablar y hablar entre ellos. No eran tan grandes como nosotras las cigüeñas, ni desde luego tan hermosas, pero parecían distantes. Tenían un cuerpo musculoso y muy blanco y lucían un pico largo y chato de un naranja encendido, sin embargo otras eran muy negras. Mi hermana me dijo que eran ánades nórdicos. Que procedían de un país muy frío llamado Escandinavia. Que eran las primeras inquilinas de Africa, pues en su país ya en agosto la noche se comía al día y el sol invernaba en su tripa hasta que la noche lo vomitaba y era otra vez de día. Cuando la noche respiraba convertía el aire en hielo y entonces todos tenían que irse si no querían morir de frío.

Luego mamá nos dijo que calláramos que teníamos que ahorrar fuerzas pues aún quedaba mucho viaje por hacer. Así que callamos y seguimos volando, unas junto a otras.

Al cabo de algunas horas tuve que quitarme el gorro y la bufanda pues tenía mucho calor. También empecé a sentir un poco de sed. Se lo dije a mamá, pero me indicó que siguiera que aún no había llegado el momento de descansar.

La verdad, estaba ya un poco harta. Estaban empezando a dolerme las alas y para colmo, unos vecinos nuestros, hacia rato que nos habían adelantado. Yo estaba muy deprimida y avergonzada pues me daba cuenta que era yo quien retrasaba la marcha. Pero mi mamá me animó diciéndome que no me preocupara que era normal; todos en el primer vuelo, me dijo, hemos hecho lo mismo que tú. En cuanto seas un poco mas grande no te pasará. Y serás tú la que vueles más rápido. Ya verás. Ahora ponte junto a mí y apóyate en mi ala.

Íbamos así muy juntas cuando comencé a sentir un aire hasta ese momento desconocido para mí: estamos cerca del mar, dijo mamá, y al instante un gran cielo azul apareció pintado bajo nuestros pies. Mi mamá al ver mi cara extrañada comenzó a reír: eso que ves son las lágrimas vertidas por las mujeres enamoradas no correspondidas que se han convertido en sirenas. Exhalan suspiros salinos para atraer hacia sus aguas a los amantes ingratos y cuando se adentran en su bello mar azul los hacen naufragar con sus cantos y gemidos y se vengan de ellos ahogándolos con sus besos marchitos.

Miré hacia el frente y vi la enorme bandada blanca que seguía volando surcando el cielo.

Papá se acercó y dijo a mamá que pronto llegaríamos a las dunas y que allí pasaríamos la noche.

Al cabo de algunas horas comenzamos a descender. La bandada buscó cobijo entre las hierbas y los árboles una vez que hubimos bebido agua fresca y rica en las dunas y comido algunos camarones rosas que allí nadaban.

Mamá cansada hizo pronto un nido y todos nos fuimos cobijando a su lado. Froté mi cara a su ala cálida y vino a mi memoria el suave perfume de su cuerpo cuando de niña me mecía entre sus alas. Su pico amarillo me alimentaba dejando en mi boca pequeñas larvas de sabor a mora, dulces frutillas malvas y pececillos de plata que aún coleteaban sobre mi garganta avara.

Acerqué mi pico y deposité un beso sobre su pata cansada. Ella levantó sus alas y cubierta con sus plumas me dormí hasta el alba.

Aquella noche soñé con iglesias y campanas.



M. Carmen Briones

dimecres, 14 de novembre del 2007

A VECES COMO HOY



A veces como hoy
Se me va la mano con el gel de baño
Y la espuma chorrea por mi cuerpo
Me invaden burbujas nacaradas
Acarician mis pliegues y mis heridas.

A veces como hoy
Se me va la mano con el brut nature
Y la espuma desborda la alta copa
Inhalo burbujas doradas y frías
Coquetean con mis vísceras y mi pena.

A veces como hoy
Se me va la mano con el te-verde
Su espumilla es trashumante y lacia
Me dejo calcinar con sus aromas
Atemperan mi cobardía, calman mi espanto.

A veces como hoy
Se me va la mano con las palabras.
Te leo y te re-creo,
Eres un golpe bajo en mi ateismo
Una excusa para robar espinas
Y fugarme contigo –desafiantes-
Hasta la otra orilla del olvido.

Consol 9 julio 2.007

DIARI DE TARDOR




Dimarts, 23 d’octubre


Avui fa set anys que va morir la meva àvia. Finals d’octubre i a l’ambient hi ha una barreja de nostàlgies i ensopiment. La gent es descoloreix a les oficines, ben lluny ja la morenor de les vacances d’estiu. Que també m’han deixat un regust amarg, enguany. L’octubre és quan es fa evident que ningú no et trucarà al telèfon que vas apuntar expectant en un tovalló de bar de platja, amb la pell plena de sal i eriçada de carícies.


La meva àvia deia que a la tardor és quan les passions es tornen més ardents. Jo li replicava que les meves tardors sempre havien estat d’allò més fastigoses, que és quan el record dels amors d’estiu ja s’ha esfumat. Però ella reia amb la seva boca desdentada i trapella, em mirava un instant amb els seus ulls sorneguers i afegia “Que ets impacient! L’any que ve també tornaran a caure les fulles!”. L’hauria engegat a pastar, però no li hauria importat gens perquè ella tenia un bon humor a prova de bomba.

Dijous, 24 d’octubre


Un dia infernal, si l’infern pot ser un despatx glaçat de terra de marbre on el teu cap et convoca sense previ avís i t’informa que per causes alienes a la seva voluntat, a dia d’avui l’empresa es veu obligada a rescindir-te el contracte i prescindir d’ara endavant dels teus serveis. Pam, sense més explicacions. Almenys hauria pogut tenir la delicadesa de deixar-me gaudir del pont de Tots Sants, el cabronàs! I això després que una s’ha deixat els nervis, la son i la paciència llevant-se a les 5 des de fa mesos per poder arribar a l’hora malgrat els daltabaixos de la RENFE. A fer punyetes tots plegats, home!


Els companys em miraven empegueïts mentre jo rondinava i recollia les quatre coses personals que tenia a l’escriptori. De tant emprenyada que estava, he enviat el cactus raquític del damunt de la taula a la paperera, d’una revolada. M’he estat passejant i rumiant fins que s’ha fet de nit i he arribat a casa ben glaçada. Com a venjança, demà em llevaré a les tantes i trucaré al meu excap per explicar-li que estic esmorzant al llit i que, ai, quan em va fotre el carrer encara no havia acabat de redactar aquells informes tan urgents. Que es foti.

Divendres, 25 d’octubre


Al final he estat fent voltes pel llit tota la nit i a les set ja m’estava estrangulant jo mateixa amb l’embolic dels llençols i coixins, així que he decidit per fer un passeig matinal per la platja abans d’anar a comprar el diari. Feia un dia humit i pàl·lid i la sorra estava plena d’algues pudents i plomissol gris dels coloms. Des del quiosquer fins a la fornera passant pel veí coix del tercer, tots estan d’un bon humor irritant. I a mi se’m mengen els nervis, passo de fer d’aturada deprimida i m’agafen ganes de fer una barrabassada ben grossa, com atracar un banc o segrestar un avió.
Si almenys tingués parella, podria escridassar algú per distreure’m, però estic més sola que una mussola. I diria que va per llarg. A mi la tardor no m’ataca les hormones, sinó els nervis. Al pas que vaig, amb sort acabaré al frenopàtic, o si caic encara més baix, a fer de freaky en un programa de la tele.

Dissabte, 27 d’octubre


Els dissabtes són odiosos. Aquesta nit no estic d’humor per trucar a ningú per sortir. Si anem de farra amb la colla, sé que agafaré una trompa com un piano, i si quedem per sopar i xerrar en un lloc tranquil hauré d’explicar que estic sense feina i tots em miraran amb ulls compungits i comprensius, com si tingués una malaltia lletja o em fessin pudor els peus i fossin massa educats per comentar-m’ho.


Pla d’urgència per a eremites urbans de cap de setmana: un DVD, una cervesa i em preparo un entrepà de jabugo, res de crispetes! Després de regirar totes les caixes perquè mai no torno un DVD al seu lloc sinó a la primera caixa que veig, m’adono que inexplicablement ha volat justament la pel·lícula que havia triat de mirar. Quina ràbia. Em trec la mandra de sobre i m’arrossego fins al videoclub tres cantonades més enllà i la llogo, quin remei. Abans d’arribar a casa el nas m’indica que ja hi ha una castanyera al barri. Segueixo l’olor familiar de llenya i compro la primera paperina de castanyes de la temporada, com un ritual.
Ja no queden castanyeres de les d’abans, ara hi ha un noi de pell fosca enfundat en un folre polar i que jo etiqueto com a vagament pakistanès. M’allarga el paquetet calent de paper de diari i a l’instant d’agafar les castanyes, quan la meva mà toca la seva mà, aspra i càlida, se li desplega un somriure d’aquells d’anunci i li brillen els ulls negríssims. Un canvi positiu, molt millor que les iaietes amb davantal i mocador al cap.

Diumenge, 28 d’octubre


La pel·lícula era molt més avorrida del que recordava, la del súper m’havia venut un jabugo de porc clonat o empeltat de lluç bullit i com que anit em vaig adormir al sofà amb els dits ben negres de pelar castanyes, l’he deixat fet un fàstic. També odio els diumenges. Aquesta mena de diumenges, sobretot, ja m’enteneu.

Dilluns, 29 d’octubre


Em llevo d’hora i planifico el dia. Matí: comprar diaris, mirar anuncis i trucar si hi ha res de bo. Mirar les pàgines web de feina. Tarda: actualitzar el currículum. Revisar contactes. Els dilluns són depriments, però els dilluns de buscar feina, francament espantosos. Cap a migdia decideixo que n’estic fins als nassos i me’n vaig al mercat a comprar verdureta fresca, una excusa com una altra per ventilar-me. De tornada, passo pel davant de la paradeta del castanyer guapot i el saludo amb un cop de cap i un somriure. Fa un sol espaterrant. No vendrà ni una castanya, el pobre.
Avui faré un trinxat de col i patata en record de la meva àvia, que era d’un racó del Pirineu i el feia boníssim, amb botifarra negra i cansalada, per llepar-s’hi els dits. I al damunt una copeta de vi negre. Ella deia que les persones que ja no hi són les hem de recordar fent coses que els agradaven, i no pas anant al cementiri com fa la gent aquests dies. “Uix, que trist”, deia, “anar a visitar els cucs!”.


Per l’aniversari de la mort del seu home es posava ben guapa i se n’anava al xiringuito de platja on s’havien conegut, per allà als anys trenta. S’instal·lava a la fresca i demanava uns popets i unes ametlles salades, es fotia el seu vinet amb gasosa i després se n’anava a passejar xino-xano pel moll, fins a la punta de l’espigó, per sentir l’olor de salabror que tant li agradava i recordar amb els ulls humits aquell home adust i tendre alhora a qui un infart traïdor s’havia endut massa d’aviat.

Dimarts, 30 d’octubre


Demà tinc una entrevista en una ETT: feina d’administrativa a Barcelona en l’àmbit de la gestió municipal, han dit. M’he aturat a la barraqueta del castanyer pakistanès i li he preguntat si tenen moniatos. I ha resultat que sí que en tenien, i que no és pakistanès, el noi, sinó gitano, dels d’Hostafrancs de tota la vida, i parla un català que ni el Pompeu Fabra, qui ho havia de dir! Es diu Sebastià. I a més de guapo és molt simpàtic, tant que si em descuido ja em veig gastant-me el pressupost del mes que ve en castanyes.

Dimecres, 31 d’octubre


Quin dia, avui! L’entrevista ha anat fatal. L’oficina de l’ETT era especialment depriment, l’entrevistador, penós i les condicions del contracte temporal, més pròpies d’una plantació de cafè del segle XIX. El sou hauria fet venir un orgasme a l’avar de Molière i, per a més inri, l’alegre àmbit de “gestió municipal” no era altre que els Serveis Funeraris de Barcelona! Què, disposada a comptar taüts i encarregar urnes funeràries tot el dia per una misèria? Ni borratxa!
Així que n’he tornat cap a l’estació i després de dues hores (gentilesa dels serveis de bus alternatius de la RENFE) he arribat a Gavà, d’un humor més negre que el rei Baltasar. Solució: he decidit que em regalo un mes de vacances. No miraré ni un anunci de diari fins Nadal, em grataré la panxa i a viure, que són quatre dies, començant per la castanyada d’avui. Per celebrar-la m’he comprat sis panellets de pinyons per a mi soleta i una ampolla de moscatell i m’he arribat a la floristeria Manolo a comprar una dotzena de roses ben vermelles. Per portar la contrària, perquè em rebenten els crisantems i tota la parafernàlia de Tots Sants. I les carabasses de Halloween i la decoració cutre-bruixeril que hi ha per tot arreu, també.
El florista, en Manolo, tracta les plantes amb exquisidesa, coqueteja amb un encant una mica passadet i panxut amb les clientes madures i val a dir que té les millors flors de la comarca. Com que per sort encara no formo part del seu target, ens portem molt bé. I au, ja em tens anant cap a casa amb l’embalum de les flors, d’un roig intens, precioses, entre els braços.
He posat rumb al meu castanyer preferit per afegir una paperina de castanyes a la meva celebració particular i, de pas, regalar-me la vista amb els seus ullassos negres.
Sí, sí, castanyes. Anava tan embalada que m’he passat el semàfor en vermell. Sento un crit i un patac, el món se’m posa de cap per avall de cop i jo que rodolo per terra i tanco els ulls ben fort. Però després d’un instant d’atordiment comprovo que encara estic viva i sencera i els torno a obrir. Al meu voltant, un escampall de roses i una bicicleta per terra. En segon pla, una colla de badocs esverats que s’ho miren amb la boca oberta. I arran d’orella un adolescent histèric amb casc de ciclista i molt pàl·lid que agenollat em crida “Estàs bé? Estàs bé? T’he fet mal? T’he fet mal?” mentre ni s’adona de la sang que li surt del front per la patacada que s’ha endut ell. I és aleshores que unes mans càlides i fortes m’ajuden a asseure’m amb delicadesa i es queden una a cada espatlla, un contacte ferm i tranquil·litzador, perquè ara noto que tremolo una mica i que em fa mal el maluc dret, però sobretot que em sento la mar de tòtila aquí al mig i que aquest xitxarel·lo m’està atabalant amb els seus crits. Em giro i resulta que les mans són les del meu castanyer, que ara m’ajuda a aixecar-me. “Estic bé, no passa res”, els dic a tots dos, vermella com un tomàquet.


Com que sembla que no hi ha hagut danys de consideració ens desplacem tots plegats (inclosa la bici) a la vorera. En Sebastià m’acosta sol·lícit una de les cadires que té a la barraqueta de castanyes perquè m’hi assegui i m’acabi de refer de l’ensurt. Passem a la fase de comentari de la jugada. Al cap d’una mica els badocs es dispersen, mig decebuts perquè no hi ha hagut sang i fetge, ni ha calgut ambulància ni res. El meu atropellador, després de convèncer’s que estic sencera i que no vull passar de cap de les maneres pel CAP i que tot ha estat culpa meva, em deixa el telèfon apuntat en un paper per si de cas i també se’n va.


En Sebastià em pregunta mig burleta si m’haurà de dur en braços fins a casa, content de veure que no ha estat res i que no caldrà pas. M’ho ha semblat, només, o m’ho ha dit amb una ombra de malícia a la mirada? Al capdavall deixo que m’acompanyi fins a la porta de casa, tot xerrant. I al final també m’apunta el seu, de telèfon, i em diu que li truqui si em cal res, el que sigui. Així que arribo a casa em fico de pet al llit amb un Gelocatil, estic ben baldada.

Dijous, 1 de novembre


Dia de Tots Sants. Quin avorriment! Aquesta nit he somiat que el meu excap em perseguia reclamant-me els informes pendents, vestit de gladiador romà i muntat en una bicicleta d’aquelles antigues, amb la roda de davant gegantina i la del darrere ben petita. Jo corria fent ziga-zagues per un bosc i els peus se m’anaven enfonsant més i més entre la fullaraca, i després queia i queia fins a aterrar en un tou de panellets i pètals de rosa. I el Sebastià que arribava amb una furgoneta amb un rètol que deia “Castanyes a domicili, 24 hores”. I en un racó una velleta amb mocador al cap i davantal de quadres s’ho mirava i no parava de riure. Quins disbarats, el meu inconscient.


A la dutxa he vist que tenia un bon blau, record de l’episodi d’ahir. I si li truqués? A en Sebastià, vull dir. M’he escarxofat al sofà i m’he passat la resta del matí alienant-me a base de zàpping.
Després de dinar, la veueta hi ha tornat. Li truco? No li truco? Li truco? Coi, ja semblo el Hamlet! Aquest accident t’ha deixat ben tonta, nena. I si passo i el saludo, com aquell qui no vol la cosa, i a veure què diu? La veritat és que el noi sembla maco. Ara que, a qui se li acut, embolicar-se amb un castanyer. Au, va, para de fer el paperina i truca-li. Però és que em fa cosa. Uix, qui t’entengui que et compri. Va, porta el mòbil.


“Sebastià? Que sóc la Júlia, la de l’accident d’ahir. No, no, estic bé…, que sí, de debò. Que era per si et ve de gust anar a prendre una copa, aquest vespre. Convido jo, per agrair-te… Ah, vaja, doncs si no pots, res… Demà? Sí, demà em va bé… Per sopar, d’acord. De conya... Escolta, no se t’ha acudit mai de posar un servei de castanyes a domicili? No per res, que estaria bé, no?”

Dissabte, 3 de novembre


Avui hem tornat a quedar al vespre. Després de com va anar ahir a la nit, me’n moro de ganes. I és que va anar tot fantàstic, el sopar, la copeta, la conversa, les rèpliques amb segones, i tot el que va venir després. I ens vam quedar en aquell punt tan dolç de les passions que comencen i no saps on et portaran i el cor et batega com unes maraques i estàs que ja no pots més i li saltaries al damunt però gaudeixes de fer-ho durar encara una mica, jugant amb les distàncies cada vegada més curtes, amb les mirades que s’inciten i es persegueixen, quan ja tot està en plena ebullició i és evidentíssim però encara no hi ha cap prova material. I és que en Sebastià és un d’aquells homes elèctrics, només de tocar-me el colze amb la punta del dit no és que em recorri un calfred, és que fa que se m’arreveixini fins a l’últim pèl del parrús!
Però aquesta nit me’l menjaré tot senceret, des d’aquests llavis tan llaminers fins a la punta del dit petit del peu. Ui, acabo, que si no m’afanyo faré tard!

Diumenge, 4 de novembre


Em desperto a la vora del cos del Sebastià, que ronca lleument i desprèn escalfor com un radiador dels bons. M’hi abraço i l’ensumo, amb un somriure de satisfacció d’orella a orella. I caic com un soc una altra vegada. Quan torno a obrir els ulls ell ja no és al llit i la meva bufeta em proposa que l’acompanyi amb urgència al lavabo, si no és molèstia.


Sento soroll pel pis. Mai cap dels meus amants esporàdics no m’ha preparat l’esmorzar, però seria taan romàntic! Trec un nas investigador per la porta del passadís i ja veig que no. Un Sebastià descalç i acabat de dutxar, vestit amb el meu barnús groc, rosega galetes escarxofat al sofà mentre es mira un programa de curses de Formula 1 a la tele. Observo en silenci els detalls de l’escena. La corba del clatell per dessota els cabells negres, la cuixa morena i musculosa que destaca entre els faldons entreoberts, encara amb algunes gotetes d’aigua entre els pèls foscos. Ara m’ha vist i em convida a seure al seu costat amb un gest de la mà.


A la pantalla rugeixen els motors, puja la tensió i els pilots van com a bojos pels revolts més perillosos del circuit. Al sofà de casa, en canvi, avui no hi ha cap pressa ni tampoc l’ànsia d’ahir a la nit, la competició és d’una altra mena i, només després de molta, molta estona, arribem tots dos junts a la meta. Més tard preparem el dinar i anem xerrant, i a la que ens distraiem amb altres coses se’ns socarrima el sofregit, però no passa res. Després de dinar en Sebastià s’acomiada finalment, amb recança, perquè té un compromís. Et trucaré, em diu, i sé que ho farà.


Al rebedor, mentre es posa la jaqueta, es mira el pany de paret on tinc una pila de fotos antigues de la família, com una mena d’arbre genealògic en petits marcs, dels d’Ikea d’a 20 euros la dotzena, parents de l’antigor amb pentinats impossibles, cares solemnes i trajos incomodíssims. S’interessa per una foto en blanc i negre d’una noieta morena. És la meva àvia quan era jove, li explico. Se la veu molt guapa, comenta. I per un instant em sembla com si la noia de la foto em piqués l’ullet i torno a recordar el que l’àvia em deia dels efectes de la tardor, quan ja era una velleta arrugadeta, amb els cabells esborrifats i la mateixa mirada múrria.


M’encanten els diumenges de tardor, penso. Aquesta mena de diumenges, sobretot, ja m’enteneu.

Coral Romà


Taller Rocaguinarda, 22-29 d’octubre de 2007