dijous, 22 de novembre del 2007

EL TELÉFONO MÓVIL


Estarán conmigo que el móvil es un aparato revolucionario, que ha revolucionado la vida, ya de por sí revolucionada, que últimamente nos ha tocado vivir.

Hace unos días iba yo de compras y, como no, llevaba bien apretadito bajo mi hombro el bolso marrón que mi marido me había regalado hacía 15 años. Creo recordar que fue el último regalo que me hizo, así que suelo llevarlo casi a diario a ver si a fuer de exhibir su gastado cuerpo, se da cuenta de lo tacaño que es. Pero nada, cada vez que me ve con ese pingajo, me dice: Menudo bolso te regalé, eh, guapa. Y se va tan ufano, dejándome con tantos insultos pululando por el espacio que no se como no se nubla el sol.

Pero el otro día me sorprendió: Mira guapa, me dijo, qué regalo te traigo. Y sin más me alargó un teléfono móvil de color verde loro. Al verlo, casi me desmayo del susto. Para mí que disfruta mortificándome. Odio estos cacharros. Odio estar al corriente de la vida de todo quisqui que se sienta a mi lado en el metro o en el autobús, en la consulta del dentista, del ginecólogo, de la última cursa de patinaje, en la peluquería, en la cola de la panadería, en la de la carnicería, la pescadería, la mercería, y todos los establecimientos, públicos y privados acabados en a, e, i, o, u, n y s.

Todos los días antes de salir mi marido me interroga ¿te llevas el móvil?, y yo asiento, resignada, harta de olvidármelo en los lugares más peregrinos y con la esperanza de deshacerme del infernal aparato. Pero, no sé como, siempre hay alguien que me lo advierte: Señora, se ha olvidado su móvil. Señora, es suyo ese teléfono?. Nadie, absolutamente nadie, quiere semejante monstruosidad verde loro y en aras al buen gusto lo oculto avergonzada en el interior de mi viejo bolso.

Recuerdo que era la Primavera del 2004. El día era luminoso y por fin había podido escaparme de las paredes aburridas de mi casa. Me senté en un banco y me dispuse a disfrutar del momento. Me gusta la soledad de un paseo abarrotado de gente. Estaba tan tranquila cuando de pronto comenzó ese sonido infernal, señal evidente de que el móvil estaba cobrando vida. Lo miré aterrorizada. Estaba vivo. Intenté ahogarlo con mis manos, pero seguía gritando como un poseso. Lo descolgué, le seguiría la corriente, tal vez así lograba que me dejara en paz:

- Si, dígame? –dije-, mientras desde ese cuerpo verde y frío me llegaba una voz cavernosa:

- Oiga, hablo con casadas aburridas?.

Mi primera intención fue lanzar el móvil a la alcantarilla, pero, me sorprendí contestando:

- Si, aquí casadas aburridas para servirle.

- Verá, guapa, me gustaría pasar a verla y estar un rato con usted. ¿Puede darme hora para esta tarde?. Me gustaría ver a Mabel, esa negrita impresionante, que me atendió hace dos días.

Os juro que en aquel momento algo de esa voz, de esa forma de hablar, me resultó familiar.

- Mabel?. No se yo si podrá estar aquí esta tarde, ayer se marchó un ratito a Marte y, que caray, no hay muchos vuelos los jueves, primeros de mes. (A duras penas pude contener la risa mientras le hablaba. Estaba claro que me lo estaba pasando en grande riéndome del incauto, que a todas luces se había equivocado al marcar el número de teléfono. Esperé oír un clic enfurecido. Pero no fue así:

- Oiga, guapa, si no puede ser, no puede ser, comprendo que le sea difícil venir desde Marte. Me conformo con cualquier joven, qué me dice, hay alguna de aspecto exótico?.

- Exótico, lo que se dice exótico, ahora que lo pienso ...

De nuevo aquella sensación, aquel malestar, que atribuí a la estúpida voz que se empecinaba en que le diera una cita, con una mujer, presuntamente casada, aburrida y negra, que regresaba de Marte, a las 11 de la mañana, de un jueves. Pero, es qué los hombres no están a estas horas trabajando duramente en una oficina, o donde sea?. Al menos eso dice mi marido, en cuanto llega a casa:

- Menudo día he tenido de trabajo. Eh, guapa, ponme la cena que estoy agotado. Luego, ya en el sillón frente a la TV, se queda dormido. Yo lo miro, aburrida, desde hace 30 años casada con ese hombre que ronca a mi lado y al que dejo en la soledad de la sala mientras me voy a la cama.

- Señora, está usted ahí? –

- Si, estaba pensando que tal vez le gustaría tener una relación con una mujer muy, muy casada, muy, pero que muy aburrida, y tan exótica que odia los teléfonos móviles. Le puedo asegurar que no le defraudaría. Es una mujer hambrienta de caricias, sobrada de tiempo y deseosa de experimentar a qué sabe un buen polvo a las 12 de la mañana. (A estas alturas, yo ya estaba dispuesta a todo. Sólo faltaba concretar el lugar).

- De acuerdo, guapa, (de nuevo esa sensación), suena interesante tu proposición ¿que te parece si nos vemos dentro de 10 minutos frente al Hotel Astoria?

Me levanté del banco bruscamente. Tenía una cita. Con las prisas se me cayó el bolso al suelo y casi me caigo. Solté una maldición.

- Oye, guapa, te pasa algo?.

- O no, simplemente que con las prisas para encontrarme contigo, se me ha caído el bolso y se me ha roto. Es un viejo bolso de piel marrón y anticuado que mi marido me regaló hace años, sabes?.

El click me llegó sin previo aviso. Tardé unos segundos en darme cuenta de que me había colgado el teléfono, el muy desgraciado.

El aparato yacía entre mis manos callado. Lo deposité con cuidado sobre el asfalto. Su cuerpo pequeño y verde, casi me dio lástima. Avancé hasta él despacio y dándole una fuerte patada lo mandé hasta Marte volando. Al final si que habría los jueves un viaje a Marte.


M. Carmen Briones
-