dijous, 7 de febrer del 2008

MI CALLE ES UNA PLAZA LLAMADA LIBERTAD





Mi calle era una plaza
llamada Libertad,
perdida entre estrechas
y oscuras bocacalles;
oculta,
bajo la penumbra mohosa
de unos viejos aleros medievales
y a la sombra,
de unos plataneros carcomidos
por la roña y la contaminación.

Mi calle era una plaza
llamada Libertad,
cuadradita y sin color;
nunca vio espigas,
ni alumbró lirios en flor;
su lecho era un suelo sucio,
regado con mucho sudor,
donde parían las mujeres
y los niños morían de hambre
silenciosamente,
antes de salir el sol.

Mi calle era una plaza,
llamada Libertad,
que los críos defendíamos
armados de ingenuo valor,
con afilados guijarros
nuestro escaso honor,
ahogando entre gritos e insultos
la ausencia de caricias y amor.

Mi calle era una plaza,
llamada Libertad,
sostenida por atlantes
de rudas facciones y
encallecidas manos proletarias;
dioses que olvidaron sus nombres
perdiendo su hombría,
embrutecidos por la fatiga,
la injusticia y el alcohol.


Mi calle era una plaza
llamada Libertad
que vivía
con las puertas abiertas al Infierno;
las prostitutas exhibían
la desnudez de sus cuerpos,
pobrecillas,
en el crudo Invierno,
mercadeando con el demonio
un chute de droga y
el espejismo de un orgasmo.

Mi calle era una plaza
llamada Libertad
con la tapia de un convento
adornando una horizontal
revestida de bello mármol;
una iglesia,
ocultaba su campanario
tras los muros santificados;
las voces de las monjitas
ajenas al calvario cercano,
se elevaban angelicales,
perdiéndose en el aire
hasta alcanzar las cotas celestiales;
el perfume de unas rosas bien cuidadas
se mezclaba con la hediondez
de la noche veraniega;
y el rumor de una fuente
acompañaba las alegres risas,
de un claustro bien alimentado.

Mi calle es una plaza
llamada libertad,
donde anidan
la pobreza y el desaliento;
donde las basuras de los containers,
dan sus mejores alimentos
a los paladares exigentes
de los emigrantes y los sin techo;
donde los niños juegan
a médicos y enfermeras
con jeringuillas abandonadas
en las papeleras;
donde las prostitutas,
de cuerpo multicolor,
sin pudor en los portales,
lavan su sexo con agua mineral y ron;
escupiendo
como peces muertos
contra las puertas del templo del amor,
esperma, sida, muerte
y algún que otro condón.

Mi calle era una plaza,
soñada Libertad.



M. Carmen Briones