dimarts, 20 de novembre del 2007

TRES...




Tres días no son toda una vida aunque a veces lo parezcan.

Tres noches no son la eternidad aunque a ratos así lo pre-siento.

Tres guiños seductores no son un: ¡Sígueme!

Pero vi en tus ojos una declaración de intenciones.

Tres mails no son un testamento aunque a veces entre líneas me acercas un t’estim.

Tres promesas no son los pilares del AMOR aunque tu voz (cuando suena) rompe todos los diques.

Tres miradas no son el apogeo lunar aunque a veces me encanta tu miopía.

Tres excusas no son el final del mundo aunque hay frases que cortan el aliento.

Tres besos no son un compromiso en firme aunque ¿sabes? me gustaría que me besaras.

Calladamente te acercas con un tres como amuleto crees en los tríos me aseguras enarbolas la bandera tricolor de la duda cuentas con los dedos, sólo con tres: Tú, yo y el desasosiego. Trenzas y destrenzas cual Penélope las razones que te mantienen en esa incertidumbre.

Tres ojos para observar la vida
aunque en realidad -siempre te lo dije- la muerte es tan sólo una.

Soy testimonio mudo de tu existencia tridimensional
callada y cotidianamente te voy queriendo.
Consol Sánchez

L'HOME SENSE BRAÇOS


Un home sense braços va trucar a la porta del meu pis a la fi de vendre’m una foto de casa meva, de la que havia estat la meva casa d’estiueig durant molts anys.

La duia penjada del coll dins d’una bossa de plàstic transparent curosament agafada amb un d’aquests cordons de colors que aguanten moltes ulleres.

La foto reproduïa la casa tal com havia estat sempre però totalment folrada d’una heura que jo havia plantat el mateix any que va morir el meu fill i que jo no vaig tenir temps de veure desenvolupar-se en tota la seva plenitud.

Ara les seves parets s’amagaven púdicament sota una catifa verda que solament deixava a la vista les finestres que semblaven ferides blanques sobre un fons verd.

Sorpresa pel que veien els meus ulls, vaig fer entrar al meu pis a l’home sense braços tot preguntant-li qui era i que volia de mi.

Em va respondre que el seu nom era el de menys i després d’agrair-me que el volgués atendre em va explicar que la seva pretensió, en realitat, no era la de vendre’m la foto de la casa en qüestió, però que com no sabia com presentar-se sense que em malfiés, va optar per aquesta sortida.

Em va explicar que ell no tenia braços de naixement, donat que quan estava embarassada a la seva mare els metges li havien receptat unes medecines que eren la causa de la seva malformació.

Va créixer, em va explicar, amb la mirada trista de qui es veu diferent i els seus pares que volien el millor per al seu fill, havien optat per comprar una casa amb jardí ales afores de la ciutat, on poguessin tenir animals de companyia a la fi de procurar que fos el més feliç possible.

Cada cop més encuriosida, li vaig oferir de prendre alguna cosa, però adonant-me del que significava el que havia dit, vaig demanar-li excuses donat que vaig pensar que sense mans, malament es podia beure el que jo li oferia.

Ell acostumat com estava a les reaccions de la gent va respondre que no em preocupés que acceptaria molt gustosament un té sempre que li oferís amb una canyeta per poder-se’l beure.

Un cop amb el té davant nostre va prosseguir amb el seu discurs explicant el motiu de la seva visita.

La veritat és que la volia conèixer - va dir-me - i donar les gràcies ja que havia estat la seva casa havia trobar la pau interior i la felicitat de gaudir del que la vida li atorgava. La casa desprenia i desprèn amor, va dir, i es va sentir tan ben acollit quan hi va anar a viure que es va sentir renéixer.

Mai no s’havia sentit sol allà donat que on no arribava ell ho feia el seu amic invisible, un esperit burleta i divertit que tenia el seu cau entre les seves parets.

La meva cara va reflectir tal perplexitat que l’home sense braços, es va posar a riure tot dient – No penseu que estic boig, el meu amic l’esperit burleta, em va explicar que en vida havia habitat en la que ara era casa meva i que va ser la seva mare qui havia vestit d’alegria i amor i s’hi sentia tant bé que quan va partir a d’altres estadis de vida, mai no va anar-se’n del tot i una part d’ell va escollir quedar-s’hi.

De cop, tota emoció que un ésser humà és capaç de sentir, li va humitejar el cor i dues llàgrimes calentes li van relliscar cara avall, lliures com el vent. Com tota persona que careix d’un dels seus cinc sentits, aquest cop el tacte, se li havien desenvolupat d’altres capacitats que els humans comuns tant distrets en el brogit de les nostres vides, ni somniàvem, la de connectar amb aquelles persones que alguna vegada havien compartit la vida amb nosaltres.

Quan vaig anar a donar-li les gràcies per les seves paraules, el meu visitant ja s’havia aixecat de la cadira i em deia adéu des de la porta del carrer que amb la sorpresa de la seva arribada, havia quedat oberta.


Carme Martín

INVIERNO EN BARCELONA




En estos días en los cuales el frío del Invierno comienza a instalarse en el borde de la ventana y empuja obstinado para hacerse un sitio entre los pliegues de mi cama, despliego, ante los ojos atónitos del viento, que pugna por invadirme, el recuerdo de días soleados grabados en la retina de mis ojos y en mi cuerpo abandonado, entregado, a las caricias del mar del último verano. Pobre piel encerrada, ayer miel y canela entre sus brazos, hoy frío mármol nacarado entre cuatro paredes solitaria.

Abandono el calor de mi casa y a regañadientes me apresuro a volcarme, a derramarme entre las calles barceloninas, que, sorprendidas con mi presencia, acogen entre sus frías piedras modernistas el paso alado de mis pies. Una cariátide me mira veladamente envuelta en una enorme bufanda de lana y un lujurioso fauno, oculto tras el follaje pétreo de un alero, cubre su desnudez en unos boxes negros de Antonio Miró, impúdica malla que apenas cubre un esquivo sexo húmedo de lluvia y de celos.

Mis pasos, apenas hostiles, casi sumisos al mojado suelo de las empedradas calles, se adentran hasta el corazón del invierno, intrincado órgano forjado, amalgamado entre cemento y hierro. Vigilo mis movimientos para no traspasar con mi aliento el frágil equilibro del tapiz de hielo que adorna el paisaje por el que me muevo.

La desnudez franciscana de algunos árboles me conmueve. Acerco mis enguantados dedos hasta su harapiento cuerpo dispuesta a compartir con ellos la calidez de mi pecho. Alguno suspira y siento un leve gorgoteo, savia invernada, sangre cautiva en las venas de sus bellas ramas hoy carentes de abalorios y joyas, que responde al calor de mi presencia, reverdeciendo sus brotes más tiernos. Mañana, cuando esté fuera el Invierno y el sol los saque de su letargo veré florecer la jacarandá y verdecer al platanero, todo me habrá parecido una fantasía, un sueño.

Las aceras vigilan el paso sinuoso de la serpiente gris que, avanzando por las manzanas de Cerdá, se arrastra por las calles solitarias devorando su suelo. Silenciosa, repta por las montañas y se aleja hasta perderse en el silencio de la noche. Tras las sombras, agazapadas se ocultan las almas perdidas y las bestias que se alimentan de sangre y carroña .

Busco el haz de luz de las farolas y voy siguiendo su destello; el frío hace de la ciudad un refulgente desierto.

Regreso a casa humedecido el cabello y dejando a mi paso nubes de vaho que envuelven a la ciudad en un manto acuoso e irreal. Voy tragándome los semáforos como Polifemo, sin piedad; dejando esqueletos relucientes aparcados en las orillas no habitadas de la Vía Láctea.

Pero no, no nos quejemos. Hoy es martes 8 de febrero, estoy en Barcelona y es invierno. Tras el misterio de la noche dejo al sol penetrar por la ventana. En mi terraza, observo, florecen las prímulas y los rododendros.


M. C. Briones

DESEMBRE







LA CIGÜEÑA




Esta noche no podré dormir.

Al amanecer, abandonaremos estas tierras y nos trasladaremos a nuestro verdadero hogar, ha dicho mamá.

Estoy nerviosa. Es mi primer viaje largo. Los más pequeños hemos tenido que entrenarnos duramente para este momento. Algunos de mis primos mayores han explicado sus experiencias: dicen que es una aventura peligrosa. Hablan de gigantes de hielo, de flores carnívoras de hierro y de océanos de cemento. También explican historias de mares azules eternos; de campos de dorados de trigo y de bosques donde anidan los dragones.

Desde hace unos días no hay quien pare en casa . Apenas he podido jugar un ratito con mis amigas. Todas tenemos que ayudar en la casa. Los preparativos para la marcha me parecen muy aburridos. A veces, cuando todos están muy ocupados intento escaparme, pero enseguida notan mi ausencia y mandan a mi hermana mayor, Sinting, a buscarme.

Supongo que en algún momento de la noche me venció el sueño. Mamá me ha dado un grito para que me levantara. Yo quería seguir durmiendo pero me ha obligado a vestirme, lavarme la cara varias veces y después de desayunar rápidamente me ha colocado el gorro de lana y anudado la bufanda sobre el cuello.

Hemos salido de casa corriendo después de cerrar con llave la puerta de entrada pues ya no volveremos a ella hasta el próximo invierno.

Cargados con nuestro equipaje hemos ido al lugar desde donde iniciaremos nuestro viaje. Mis padres se han reunidos con nuestros familiares más cercanos, yo he podido ver a mis amigas y primos. Todos con sus bufandas y gorros de lana desde lejos parecen pingüinos. Algunos me saludan riendo. Deben de estar tan emocionados como yo.

En cuanto el sol se despertó y los primeros rayos se dirigían a su cotidiano trabajo se dio la orden de partir y entonces todos juntos iniciamos el vuelo.

Que emocionante fue todo. A la cabeza iba la escuadrilla de los más veteranos. Mi padre y mi hermano Tuy eran comandantes de la misma e iban vigilando con sus subalternos el espacio aéreo. Yo iba con mamá en el centro de la bandada. Detrás de nosotras venían unos extraños pájaros que no paraban de hablar y hablar entre ellos. No eran tan grandes como nosotras las cigüeñas, ni desde luego tan hermosas, pero parecían distantes. Tenían un cuerpo musculoso y muy blanco y lucían un pico largo y chato de un naranja encendido, sin embargo otras eran muy negras. Mi hermana me dijo que eran ánades nórdicos. Que procedían de un país muy frío llamado Escandinavia. Que eran las primeras inquilinas de Africa, pues en su país ya en agosto la noche se comía al día y el sol invernaba en su tripa hasta que la noche lo vomitaba y era otra vez de día. Cuando la noche respiraba convertía el aire en hielo y entonces todos tenían que irse si no querían morir de frío.

Luego mamá nos dijo que calláramos que teníamos que ahorrar fuerzas pues aún quedaba mucho viaje por hacer. Así que callamos y seguimos volando, unas junto a otras.

Al cabo de algunas horas tuve que quitarme el gorro y la bufanda pues tenía mucho calor. También empecé a sentir un poco de sed. Se lo dije a mamá, pero me indicó que siguiera que aún no había llegado el momento de descansar.

La verdad, estaba ya un poco harta. Estaban empezando a dolerme las alas y para colmo, unos vecinos nuestros, hacia rato que nos habían adelantado. Yo estaba muy deprimida y avergonzada pues me daba cuenta que era yo quien retrasaba la marcha. Pero mi mamá me animó diciéndome que no me preocupara que era normal; todos en el primer vuelo, me dijo, hemos hecho lo mismo que tú. En cuanto seas un poco mas grande no te pasará. Y serás tú la que vueles más rápido. Ya verás. Ahora ponte junto a mí y apóyate en mi ala.

Íbamos así muy juntas cuando comencé a sentir un aire hasta ese momento desconocido para mí: estamos cerca del mar, dijo mamá, y al instante un gran cielo azul apareció pintado bajo nuestros pies. Mi mamá al ver mi cara extrañada comenzó a reír: eso que ves son las lágrimas vertidas por las mujeres enamoradas no correspondidas que se han convertido en sirenas. Exhalan suspiros salinos para atraer hacia sus aguas a los amantes ingratos y cuando se adentran en su bello mar azul los hacen naufragar con sus cantos y gemidos y se vengan de ellos ahogándolos con sus besos marchitos.

Miré hacia el frente y vi la enorme bandada blanca que seguía volando surcando el cielo.

Papá se acercó y dijo a mamá que pronto llegaríamos a las dunas y que allí pasaríamos la noche.

Al cabo de algunas horas comenzamos a descender. La bandada buscó cobijo entre las hierbas y los árboles una vez que hubimos bebido agua fresca y rica en las dunas y comido algunos camarones rosas que allí nadaban.

Mamá cansada hizo pronto un nido y todos nos fuimos cobijando a su lado. Froté mi cara a su ala cálida y vino a mi memoria el suave perfume de su cuerpo cuando de niña me mecía entre sus alas. Su pico amarillo me alimentaba dejando en mi boca pequeñas larvas de sabor a mora, dulces frutillas malvas y pececillos de plata que aún coleteaban sobre mi garganta avara.

Acerqué mi pico y deposité un beso sobre su pata cansada. Ella levantó sus alas y cubierta con sus plumas me dormí hasta el alba.

Aquella noche soñé con iglesias y campanas.



M. Carmen Briones