dimecres, 21 de novembre del 2007

SORPRESA!!!




El agua estaba calentita. Estaba de ese azul cristalino maravilloso, salpicado de plata, aunque la arena del fondo parecía oro; los rayos solares, en su marcha, imprimían destellos como si de piedras preciosas se tratara. El agua gemía al atropellarse por alcanzar las rocas y junto al bullicio de gaviotas, auguraba tierra cercana. Escudriñé el contorno hasta ver la extensa franja y sus escasas palmeras: destino que colmaba mis ansias.


Mientras esta contemplación iluminaba mis ideas, el sol empezó a opacarse hasta desaparecer y una lluvia, parca al principio y creciente por momentos, todo lo cubrió dándome tiempo apenas para reaccionar frente a los fuertes vientos, que acechaban la barca como blanco perfecto. Mi imprudencia por acercarme a las rocas me ponía a prueba contra la naturaleza, debía concretar esfuerzos para vencerla. Remaba sin cesar buscando contrarrestar la fuerza, que irremediable me conducía hacia aquella masa pétrea.


“¡Iba a vencer! ¡Vencer!” Un único pensamiento ejercía de guía frente a la borrasca. Débil timón quijotesco, sucumbiría ante el primer golpetazo para sentir el desgarro de las tablas como en carne propia y reaccionar: asirme a un extremo saliente, aferrándome a él para arrancarme de la barca que ya no era. Conseguirlo no fue fácil, sino con el empeño por no perecer ante aquella insólita situación. Me agarré a la punta y ayudada por el tanteo de mis pies sobre la superficie, logré resguardarme en un hueco al abrigo de la intemperie.


Como pasaba en el trópico, pronto escampó y ahora, a salvo, surgía otro contratiempo: alcanzar la playa antes del anochecer. Un puñado de tablas a mi alrededor conformaban la imagen de la desolación y, sin titubear, me lancé hacia la costa, con más anhelo que energía. “¡Vencer! ¡Vencer!”, sólo eso gobernaba mi mente.


El bracear se enlentecía pero renunciar al ejercicio era estar a expensas de la corriente. “¡Vencer! ¡Vencer!” regía mi voluntad. Ya distinguía la arena solitaria, ya llegaban mis pies al fondo, ya daba mis primeros pasos hacia lo seco, ya... caí extenuada sin ayuda alguna.


Súbito, el mar se embraveció y al salpicarme, asimilé qué fácil había sido, ante aquella fantástica armonía, evocar lo nunca visto, siempre leído en largos ocios veraniegos. Otros niños avanzaban, chapoteando, en busca de --quién sabe-- qué otra aventura.


Dolores Marín