dissabte, 15 de desembre del 2007

EL ESPEJO




Historia tan singular sólo puede ocurrir en el barrio más pintoresco de ciertas ciudades. Intrincadas callejas formando ramilletes, se enlazan por espacios apenas algo más anchos: mudos testigos de conversaciones, correteos y amoríos, al fluir el día. Como perfecto engranaje, las campanas matutinas lanzan melodías al bullicio callejero. Modernas tiendecitas disputan su originalidad y las clásicas profesiones, poco a poco, van pasando al ostracismo. Son los últimos indicadores de tiempos ya históricos.

Desde lejos, llama nuestra atención el trozo irregular de cuero que, cuarteado a la intemperie, pende como estandarte, ilegible su nombre. Nos acercamos curiosos, fisgando por los cristales casi opacos. Una bombilla solitaria irradia mortecina luz para, apenas ver el suelo entarimado sin color, paredes ya negruzcas, donde algunos anaqueles ostentan escasos modelos de calzado. Un espejo, a tono con el ambiente, aconseja a los clientes durante la elección. Cierra la escena un anciano de aspecto cansino, dormitando junto a la Caja vacía.

Sin poder evitarlo, me vi en aquella penosa quietud, intentando comprar lo que no estaba a la venta: el espejo. Logré adquirirlo por una suma inmerecida, mediante extenso forcejeo verbal. Me producía inquietud.

Pasaba el tiempo y conmovía cómo iba adquiriendo brillo renovador. Cierta noche, en el oscuro silencio, se oyó:

“¡Atiza! ¿Dónde estoy?” --gutural y opaco desde la pared-- “¿Vive alguien?”, me despertó con carraspeos, debido a alguna prolongada mudez.

Mientras me acostumbraba a la luz recién encendida, vi una cara escrutándome desde el interior del espejo.

“¡No temáis! Inofensivo soy”, dijo, ya más nítida.

“Pero, ¿quién eres?, ¿cómo has llegado ahí?”, me oí titubeante.

“Larga es la historia que os debiera relatar.”

Apenas jovenzuelo, una muda y tres mendrugos como equipaje, y ojos brillantes con luz aventurera, desplaceme a la capital por campos yertos. La ciudad estallaba en caos y bullicio: convivían bestias, gentes de distintas raleas y chiquillos andrajosos; repulsivas emanaciones inundaban el aire. Mi entusiasmo pronto trastocose en incertidumbre y desamparo; aturdido huí a la periferia para soltar la osamenta sobre un peñasco solitario; presto huyó la paz al acercarse un individuo a proponerme cierto negocio fácil y rentable, según sus palabras. Empecé así una rauda carrera, escaso trabajo y excesivos cuartos; siempre al límite de lo legal.

Aquel día me acicalaba frente al espejo y al oír voces autoritarias acercándose, me giré con el arma alerta. Sin reaccionar, muerto caí sobre él, a cuya superficie permanecí adherido hasta que el hedor previno algún olfato suspicaz. Llenose el habitáculo de policías, inspectores y médico forense y, al finalizar las investigaciones, diéronme sepultura. Aquí, atrapado en este cristal.

“Si no te viera, no lo creería. ¿Llevas mucho tiempo ahí? ¿Alguien más lo sabe? Cuéntame.”

“Nací en 1857 y morí a los 35, muchos años… Compráronme escasas veces. La primera, cuando hablé al siguiente inquilino. Se asustó en demasía y vendiome a unos gitanos con quienes omití intento alguno. En la zapatería estaba satisfecho pues los clientes, con sus parloteos, informaban la actualidad. Quisiera volver a vivir como antes. Tengo la forma, sólo necesito ayuda. Si Ud. estuviese dispuesta…”

“¿Yo? ¿Cómo hacerlo?”

“Al igual que entré, seguro podré salir. Basta poner un finado junto al espejo y ya verá Ud. Él pone su cuerpo, yo el alma. Me hace el favor y gana un amigo. Piénselo señorita. Le será fácil traer un cuerpo sin identificar.”

“Parece utópico luego de ciento cincuenta años. El mundo cambió en exceso y es diferente vivir que verlo pasar por un cristal. Pero si insistes, te echaré una mano.”

“¡Muchas mercedes tenga Ud., señorita! Por madre, ¡Dios tenga en su Gloria!, juro a Ud. eterna lealtad. “

Amanecía, él se difuminó y marché con un plan. En el depósito de cadáveres logré mi cometido.

Un amigo me ayudó a transportarlo y colocarlos yuxtapuestos sobre el suelo, al irnos --de puntillas-- entornamos la puerta. No volvimos hasta el día siguiente para asombrarnos con su ausencia. Le invocamos de muchas formas, siempre infructuosas. Luego no eran patrañas.

Cambió la vida y el espejo, poco a poco, se fue ajando hasta perder el azogue centenario. Supe entonces que concluía esa aventura.

Temprano salí aquella mañana. Ante el portal, varios transeúntes en círculo incitaban a curiosear. Me acerqué para verle tendido en el suelo con ojos inexpresivos, mientras un hilo de sangre seca salía por su boca.


Dolores Marín

VUELVE A CASA VUELVE...POR NAVIDAD





Vuelve a casa vuelve....

Cantinela interminable de cada diciembre,
ojos perdidos, lágrima indemne
sillas vacías, tres sombras se eluden
en su contención la pena consumen.

Vuelve a casa vuelve

Pero los que se van ya nunca más vuelven,
sillas vacías, dos sombras emergen,
engullen calladas su hondo tormento
en la eterna danza del morir del tiempo.

Vuelve a casa vuelve...
por Navidad
Carme Martín